lunes, 31 de agosto de 2009

Santa Mónica, mi santa preferida

Por Monseñor Guillermo Abanto

Dice un refrán que “Detrás de un gran hombre siempre hay gran una mujer". Sin duda alguna esto es aplicable también al gran San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia, quien se llamaría a sí mismo como "el hijo de las lágrimas de su madre".

Santa Mónica es una de las mujeres con las que la Iglesia estará siempre en deuda, pues no sólo fue artífice de la vida cristiana de su familia, sino que, además, fue el instrumento que supo transformar el corazón de quien sería una de las figuras más excelsas y prolíficas de la Iglesia, San Agustín de Hipona.

A veces se piensa que la santidad es un privilegio reservado a unos pocos elegidos, dotados de características y dones muy especiales. Sin embargo, ¡llegar a ser santo debe ser la tarea de todo cristiano! El luminoso ejemplo de tantos hombres y mujeres que han sabido responder con generosidad al plan de Dios, puede despertar en nosotros el deseo y la búsqueda de la santidad.

La figura de santa Mónica me llama particularmente la atención porque ella nos enseña a sembrar la fe, la paz y la unidad familiar. En tal sentido, su vida puede resultar muy iluminadora y aleccionadora para nosotros, que sufrimos, muchas veces, las dificultades de la convivencia familiar.

Ella deseaba dedicarse a la vida de oración y de soledad, pero sus padres dispusieron que se case con un hombre llamado Patricio, hombre trabajador, pero terriblemente malgeniado, además, era mujeriego, jugador y pagano (sin religión).

Durante treinta años ella tendrá que aguantar los tremendos estallidos de ira de su marido, quien gritaba por el menor disgusto, aunque nunca levantaría la mano contra ella. Esta situación llamaría profundamente la atención de muchas señoras del pueblo, que conocedoras del mal genio de su esposo, se extrañaban, sin embargo, de que nunca la haya golpeado. La respuesta de Mónica fue muy clara: "Es que, cuando mi esposo está de mal genio, yo me esfuerzo por estar de buen genio. Cuando el grita, yo me callo. Y como para pelear se necesitan dos y yo no acepto la pelea, pues....no peleamos". Esta fórmula es celebre y actual para conservar la paz y la armonía familiar.

La fidelidad a Dios, su conducta intachable, sus lágrimas y sus oraciones constantes, favorecieron la conversión de su esposo e influyeron decisivamente en toda su familia.

San Agustín, uno de sus tres hijos, resume en pocas palabras la vida de su madre, cuyo ejemplo quedaría grabado para siempre en su corazón: «cuidaba de todos como si realmente fuera madre de todos y servía también a todos como si hubiera sido hija de todos».

Santa Mónica nos enseña que la familia es verdaderamente el lugar adecuado para que los hijos reciban, desarrollen, fortalezcan y, muchas veces, recuperen, la fe. Se dijo de ella que había sido dos veces madre de Agustín, porque no solo lo dio a luz, sino que lo rescató para la fe católica y la vida cristiana.

Si queremos llevar a Dios a nuestra familia, aprendamos de santa Mónica. Las quejas, el malhumor, el celo amargo poco o nada consiguen. En cambio, el testimonio de vida, la paz, la alegría, la firmeza en la fe y la constante oración, lo consiguen todo.

Si fue tan grata a Dios la oración de una madre, santa Mónica, ¡cómo será de agradable la plegaria de toda la familia! Así, pues, les exhorto a que el centro de nuestro hogar sea Cristo, el hacedor del amor y la unidad familiar.

1 comentario:

Pastoral Juvenil dijo...

muy bueno... de gran ayuda a nuestra vida diaria, ya que nos da opciones para llevarnos mejor con nuestra familia y amigos a ejemplo de Santa Mónica :)